Te miro, rosa, libro entreabierto...
Te miro, rosa, libro entreabierto,
que contiene tantas páginas
de gozo detallado,
que nadie leerá jamás: Libro-mago,
que se abre al viento y puede leerse
con los ojos cerrados...,
salen de él mariposas confusas
por tener las mismas ideas.
--Rainer María Rilke (también Rainer Maria von Rilke) (4 de diciembre de 1875, en Praga, Bohemia, República Checa (anteriormente Checoslovaquia) - 29 de diciembre de 1926, en Val-Mont, Suiza) es considerado uno de los poetas más importantes en alemán y de la literatura universal. Sus obras fundamentales son las Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo. En prosa destacan las Cartas a un joven poeta y Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Es autor también de varias obras en francés.
domingo, 5 de diciembre de 2010
lunes, 22 de noviembre de 2010
Un Cuento para Agustina (sobre la anorexia)
Agustina vivia en el bosque.Era hermosa. En su carita la ilusión iluminaba el lugar que habitaba.
En el bosque no había espejos, por eso cada mañana la niña iba a peinarse al lago. Movía con sus manos el musgo redondo y verde de la orilla y se pasaba los dedos por su largo pelo negro. La imagen aparecía borrosa y movida, pero ella creía conocerse de memoria y apenas si se fijaba en los detalles.
La niña temblorosa del agua la volvía timida.
¿Cómo me verán los demás? Y buscaba los ojos de las ardillas, de los pumas, de los coloridos papagayos (todos la visitaban por que se hacía querer mucho), pero en esos ojos aparecía sólo un pedacito oscuro de su imagen.
La niña pensaba " Todo fuera de mí puedo conocerlo: el árbol con su tronco rugoso y sus hojas que el viento mueve; también a mis queridos amiguitos; y aún puedo ver y describir la luna alta y lejana en el cielo de la noche, pero a mí misma no puedo verme como soy. El agua y la pupila me mienten.
En eso pensaba la niña cuando llegó Pacha Mama, la boca y los ojos de la tierra. Pacha Mama si que conocía cada rasgo y cada gesto de cada criatura que vivía bajo el sol porque amaba a cada uno de sus hijos y les había dado el soplo de la vida.
Agustina, le dijo y se le puso enfrente, tú eres como yo, así te hice. Ninguna otra criatura del bosque puede parecerse a mí, sólo tú con tu vida que piensa y siente, temblando apenas en tu frágil cuerpo. Mirame, ¿qué ves? Aquí estamos las dos frente a frente. Así todos te ven.
En el bosque no había espejos, por eso cada mañana la niña iba a peinarse al lago. Movía con sus manos el musgo redondo y verde de la orilla y se pasaba los dedos por su largo pelo negro. La imagen aparecía borrosa y movida, pero ella creía conocerse de memoria y apenas si se fijaba en los detalles.
La niña temblorosa del agua la volvía timida.
¿Cómo me verán los demás? Y buscaba los ojos de las ardillas, de los pumas, de los coloridos papagayos (todos la visitaban por que se hacía querer mucho), pero en esos ojos aparecía sólo un pedacito oscuro de su imagen.
La niña pensaba " Todo fuera de mí puedo conocerlo: el árbol con su tronco rugoso y sus hojas que el viento mueve; también a mis queridos amiguitos; y aún puedo ver y describir la luna alta y lejana en el cielo de la noche, pero a mí misma no puedo verme como soy. El agua y la pupila me mienten.
En eso pensaba la niña cuando llegó Pacha Mama, la boca y los ojos de la tierra. Pacha Mama si que conocía cada rasgo y cada gesto de cada criatura que vivía bajo el sol porque amaba a cada uno de sus hijos y les había dado el soplo de la vida.
Agustina, le dijo y se le puso enfrente, tú eres como yo, así te hice. Ninguna otra criatura del bosque puede parecerse a mí, sólo tú con tu vida que piensa y siente, temblando apenas en tu frágil cuerpo. Mirame, ¿qué ves? Aquí estamos las dos frente a frente. Así todos te ven.
Y la niña, por primera vez desde que nació, se vió en ese espejo, y se sintió en paz con la imagen que le mostraban. Se dió cuenta que era quién tenía que ser: la niña que Mamá amaba.
Susana Siveau (2001)
Cuentos pequeñitos lunes, 25 de octubre de 2010
Las doradas Manzanas del sol
...Y recoge hasta que el tiempo y los tiempos
acaben las plateadas manzanas de la luna
las doradas manzanas del sol.
Yeats
La dorada cometa y el plateado viento
Por Ray Bradbury.
Extraído del libro: "Las doradas manzanas del sol"
Editorial Minotauro 1996.
- ¿La forma de un cerdo? -preguntó el mandarín-.
- La forma de un cerdo -respondió el mensajero y partió-.
- O que mal día en un mal año -exclamó el mandarín-, cuando yo era niño la ciudad de Kwan-Si, del otro lado de la montaña, era muy pequeña. Pero ahora ha crecido tanto que le pondrán una muralla.
- Pero, ¿por qué una muralla a tres kilómetros de distancia enoja y entristece a mi buen padre? -preguntó serenamente la hija del mandarín-.
- Esa muralla -dijo el mandarín- ¡tiene la forma de un cerdo!. ¿No entiendes?, la muralla de nuestra ciudad tiene forma de una naranja. ¡El cerdo nos devorará velozmente!
- Ah.
El mandarín y su hija se quedaron pensando.
La vida estaba llena de presagios. En todas partes acechaban demonios. La muerte nadaba en la humedad de un ojo, el giro de un ala de gaviota significaba lluvia, un abanico sostenido así, la teja de un techo, y sí, hasta la muralla de una ciudad era de enorme importancia. Turistas y viajeros, caravanas de músicos, artistas, al llegar a estas dos ciudades, interpretando los signos dirían:
- "¿Una ciudad con forma de una naranja? ¡No, entraré en la ciudad con forma de cerdo y prosperaré, y
comeré y engordaré, y tendré suerte y riquezas!".
El mandarín sollozó.
- ¡Todo está perdido!. Estos símbolos y signos me aterrorizan. Vendrán días malos para nuestra ciudad.
- Entonces -dijo la hija-, llama a los mamposteros y los constructores de templos. Yo te hablaré desde detrás de la cortina de seda y tú sabrás que decirles.
El desesperado anciano golpeó las manos.
- ¡Oh mamposteros! ¡Oh, constructores de ciudades y palacios!
Los hombres que conocían el mármol y el granito, el ónix y el cuarzo llegaron rápidamente. El mandarín los miró intranquilo, atendiendo al susurro que debía llegar de la cortina de seda, detrás de su trono.
- Os he llamado... - dijo el susurro-.
- Os he llamado -dijo el mandarín-, porque nuestra ciudad tiene forma de una naranja, y la vil ciudad de Kwan-Si tiene ahora la forma de un cerdo voraz.
Los mamposteros gimieron y lloraron. La muerte hizo sonar su bastón en el patio del palacio. La pobreza tosió en las sombras de la antesala.
- Y por lo tanto -dijo el susurro, dijo el mandarín-, vosotros, constructores de murallas, ¡traeréis herramientas y piedras y cambiareis la forma de nuestra ciudad!
Los arquitectos y albañiles abrieron la boca. El mandarín mismo abrió la boca ante lo que había dicho. El susurro susurró. El mandarín siguió diciendo:
- ¡Y daréis a las murallas la forma de un garrote que golpeará al cerdo y lo hará huir!
Los mamposteros se incorporaron, gritando. Hasta el mandarín, deleitado ante las palabras que habían salido de su boca, aplaudió descendiendo del trono.
- ¡De prisa! -gritó- ¡A trabajar!
Cuando se fueron los hombres, sonrientes y animados, el mandarín se volvió cariñosamente hacia la cortina de seda.
- Hija -murmuró-, quiero abrazarte.
No hubo respuesta. El mandarín miró del otro lado de la cortina. Ella se había ido.
Cuánta modestia, pensó el mandarín. Se ha escapado dejándome con el triunfo, como si fuera mío.
Las nuevas corrieron por la ciudad, y todos aclamaron al mandarín. Se llevaron piedras a las murallas. Los fuegos artificiales se dejaron a un lado, y los demonios de la muerte y de la pobreza no se detuvieron allí, pues todos trabajaban juntos. Al terminar el mes, habían cambiado la muralla. Era ahora una gran clava para alejar cerdos, jabalíes y hasta leones. El mandarín dormía todas las noches como un zorro feliz.
- Me gustaría ver al mandarín de Kwan-Si cuando oiga las noticias. ¡Qué pandemonio y qué histeria! Querrá arrojarse de lo alto de una montaña. Un poco más de vino, oh hija que piensa como un hijo.
Pero la alegría es como una flor invernal, muere rápidamente. La misma tarde un mensajero entró corriendo en la sala de audiencias:
- ¡Oh mandarín, enfermedades, penas, terremotos, plagas de langostas y pozos de agua envenenada!
El mandarín se estremeció.
La ciudad de Kwan -dijo el mensajero-, si tenia forma de cerdo y que hicimos retroceder transformando nuestras murallas en un poderoso garrote, ha cambiado nuestro triunfo en cenizas. ¡Han construido las murallas de la ciudad como una gran hoguera para quemar nuestro garrote!
El corazón del mandarín se encogió como un fruto otoñal en un viejo árbol.
- ¡Oh dioses! Los viajeros nos despreciarán, los comerciantes, al leer los símbolos, darán la espalda al garrote, destruido tan fácilmente, e irán hacia el fuego, que todo lo conquista.
- No -dijo un suspiro como un copo de nieve detrás de la cortina de seda-.
- No -dijo el sorprendido mandarín-.
- Dile a los constructores -dijo el susurro que era como una gota de lluvia- que den a nuestras murallas la forma de un lago brillante.
El mandarín lo dijo en voz alta para gran alivio de su corazón.
- Y con ese lago -dijeron el susurro y el viejo- ¡Apagaremos el fuego para siempre!
La alegría ilumino a la ciudad que había sido salvada otra vez por el magnífico Emperador de las Ideas. Corrieron a las murallas y las transformaron otra vez, cantando, no tan alto como antes, por supuesto, pues estaban cansados, y no tan rápidamente, pues como habían tardado un mes en modificar la muralla anterior, habían tenido que abandonar los negocios y las cosechas y estaban un poco mas débiles y eran un poco más pobres.
Desde entonces los días se sucedieron horribles y maravillosos, encerrándose unos en otros como un nido de terribles cajas.
- Oh, emperador -gritó entonces el mensajero- ¡Kwan-Si ha cambiado sus murallas, y son ahora una boca que se beberá nuestro lago!
- Entonces -dijo el Emperador de pie, muy cerca de la cortina de seda-, ¡que se transformen nuestros muros en una aguja que coserá esa boca!
- ¡Emperador! -dijo el mensajero- ¡Transformaron sus murallas en una espada para quebrar nuestra aguja!
El emperador se mantenía en pie agarrándose desesperadamente a la cortina de seda.
- ¡Entonces cambiar las piedras, que se transformen en una vaina para guardar la espada!
- ¡Misericordia! -lloró el mensajero a la mañana siguiente- Trabajaron toda la noche y transformaron la muralla en un rayo que destruirá la vaina.
La enfermedad se extendió por la ciudad como una jauría de perros salvajes. Las tiendas se cerraron. La población, que había trabajado durante meses interminables cambiando las murallas, se parecía a la muerte misma, entrechocando los blancos huesos como instrumentos musicales en el viento. Empezaron a aparecer funerales en las calles, aunque era pleno verano, y tiempo de cosechar y recoger. El mandarín calló tan enfermo que tuvo que instalar la cama junto a la cortina de seda, y allí estaba, impartiendo miserablemente sus ordenes arquitectónicas. La voz de detrás de la cortina era débil también ahora, y lánguida, como el viento en los aleros.
- Kwan-Si es un águila. Nuestras murallas serán un nido para esa águila. Kwan-Si es un sol que quemará el nido. Construyan una luna para eclipsar el sol.
Como una máquina enmohecida la ciudad empezó a detenerse.
Al fin el susurro tras la cortina rogó:
- En nombre de los dioses.¡Llamar a Kwan-Si!
El último día de verano cuatro hombres hambrientos llevaron al mandarín Kwan-Si, pálido y enfermo, a nuestra ciudad. Otros hombres sostuvieron a los dos mandarines, que se miraron débilmente. Sus alientos aleteaban en sus bocas como vientos invernales. Una voz dijo:
- Terminemos esto.
El viejo asintió.
- Esto no puede seguir -dijo la débil voz-. Nuestra gente no hace otra cosa que cambiar la forma de nuestras ciudades todos los días, todas las horas. No les queda tiempo para cazar, pescar, amar, reverenciar a sus antepasados y los hijos de sus antepasados.
- Así es -dijeron los mandarines de las ciudades de la Jaula, la Luna, la Lanza, el Fuego, la Espada y esto, aquello, y otras cosas.
- Llevadnos a la luz del sol -dijo la voz-.
Transportaron a los viejos bajo el sol y sobre una pequeña loma. Unos pocos niños flacos remontaban cometas en la brisa de los últimos días de verano, cometas del color del sol, las ranas y las hierbas, el color del mar y el color de las monedas y el trigo.
La hija del primer mandarín estaba junto a la cama de su padre.
-Mirad -dijo-.
- No hay más que cometas -dijeron los dos viejos-.
- Pero que es una cometa en el suelo -dijo ella-, nada. ¿Qué necesita para sostenerse y ser hermosa y verdaderamente espiritual?
- ¡El viento, por supuesto! -dijeron los otros-.
- ¿Y que necesitan el cielo y el viento para ser hermosos?
- Una cometa, por supuesto..., muchas cometas para quebrar la monotonía, la uniformidad del cielo.¡Cometas de colores, que vuelen!.
- Sí -dijo la hija del mandarín-. Tú, Kwan-Si, cambiarás por última vez tu ciudad para que parezca nada más ni menos que el viento. Y nosotros tomaremos la forma de una cometa dorada. El viento hará hermosa a la cometa y la llevará a maravillosas alturas. Y la cometa quebrará la uniformidad de la existencia del viento y le dará sentido. Uno no es nada sin el otro. Juntos todo es cooperación y una larga y prolongada vida.
Los dos mandarines se sintieron tan contentos que comieron por primera vez después de muchos días. Recobraron las fuerzas, se abrazaron y se elogiaron uno a otro, llamando a la hija del mandarín un muchacho, un hombre, una columna de piedra, un guerrero y un verdadero e inolvidable hijo. Casi inmediatamente se separaron a sus ciudades llamando y cantando, débiles pero felices.
Pasó el tiempo y las ciudades se llamaron Ciudad de la Cometa Dorada y la Ciudad del Viento Plateado. Y se cosecharon las cosechas y se atendieron otra vez los negocios, y todos engordaron, y la enfermedad huyó como un jacal asustado. Y todas las noches del año, los habitantes de la Ciudad de la Cometa podían oír el buen viento que los mantenía en el aire. Y los de la Ciudad del Viento podían oír como la cometa cantaba, susurraba, se elevaba y los embellecía.
Así sea. -dijo el mandarín junto a la cortina de seda-.
acaben las plateadas manzanas de la luna
las doradas manzanas del sol.
Yeats
La dorada cometa y el plateado viento
Por Ray Bradbury.
Extraído del libro: "Las doradas manzanas del sol"
Editorial Minotauro 1996.
- ¿La forma de un cerdo? -preguntó el mandarín-.
- La forma de un cerdo -respondió el mensajero y partió-.
- O que mal día en un mal año -exclamó el mandarín-, cuando yo era niño la ciudad de Kwan-Si, del otro lado de la montaña, era muy pequeña. Pero ahora ha crecido tanto que le pondrán una muralla.
- Pero, ¿por qué una muralla a tres kilómetros de distancia enoja y entristece a mi buen padre? -preguntó serenamente la hija del mandarín-.
- Esa muralla -dijo el mandarín- ¡tiene la forma de un cerdo!. ¿No entiendes?, la muralla de nuestra ciudad tiene forma de una naranja. ¡El cerdo nos devorará velozmente!
- Ah.
El mandarín y su hija se quedaron pensando.
La vida estaba llena de presagios. En todas partes acechaban demonios. La muerte nadaba en la humedad de un ojo, el giro de un ala de gaviota significaba lluvia, un abanico sostenido así, la teja de un techo, y sí, hasta la muralla de una ciudad era de enorme importancia. Turistas y viajeros, caravanas de músicos, artistas, al llegar a estas dos ciudades, interpretando los signos dirían:
- "¿Una ciudad con forma de una naranja? ¡No, entraré en la ciudad con forma de cerdo y prosperaré, y
comeré y engordaré, y tendré suerte y riquezas!".
El mandarín sollozó.
- ¡Todo está perdido!. Estos símbolos y signos me aterrorizan. Vendrán días malos para nuestra ciudad.
- Entonces -dijo la hija-, llama a los mamposteros y los constructores de templos. Yo te hablaré desde detrás de la cortina de seda y tú sabrás que decirles.
El desesperado anciano golpeó las manos.
- ¡Oh mamposteros! ¡Oh, constructores de ciudades y palacios!
Los hombres que conocían el mármol y el granito, el ónix y el cuarzo llegaron rápidamente. El mandarín los miró intranquilo, atendiendo al susurro que debía llegar de la cortina de seda, detrás de su trono.
- Os he llamado... - dijo el susurro-.
- Os he llamado -dijo el mandarín-, porque nuestra ciudad tiene forma de una naranja, y la vil ciudad de Kwan-Si tiene ahora la forma de un cerdo voraz.
Los mamposteros gimieron y lloraron. La muerte hizo sonar su bastón en el patio del palacio. La pobreza tosió en las sombras de la antesala.
- Y por lo tanto -dijo el susurro, dijo el mandarín-, vosotros, constructores de murallas, ¡traeréis herramientas y piedras y cambiareis la forma de nuestra ciudad!
Los arquitectos y albañiles abrieron la boca. El mandarín mismo abrió la boca ante lo que había dicho. El susurro susurró. El mandarín siguió diciendo:
- ¡Y daréis a las murallas la forma de un garrote que golpeará al cerdo y lo hará huir!
Los mamposteros se incorporaron, gritando. Hasta el mandarín, deleitado ante las palabras que habían salido de su boca, aplaudió descendiendo del trono.
- ¡De prisa! -gritó- ¡A trabajar!
Cuando se fueron los hombres, sonrientes y animados, el mandarín se volvió cariñosamente hacia la cortina de seda.
- Hija -murmuró-, quiero abrazarte.
No hubo respuesta. El mandarín miró del otro lado de la cortina. Ella se había ido.
Cuánta modestia, pensó el mandarín. Se ha escapado dejándome con el triunfo, como si fuera mío.
Las nuevas corrieron por la ciudad, y todos aclamaron al mandarín. Se llevaron piedras a las murallas. Los fuegos artificiales se dejaron a un lado, y los demonios de la muerte y de la pobreza no se detuvieron allí, pues todos trabajaban juntos. Al terminar el mes, habían cambiado la muralla. Era ahora una gran clava para alejar cerdos, jabalíes y hasta leones. El mandarín dormía todas las noches como un zorro feliz.
- Me gustaría ver al mandarín de Kwan-Si cuando oiga las noticias. ¡Qué pandemonio y qué histeria! Querrá arrojarse de lo alto de una montaña. Un poco más de vino, oh hija que piensa como un hijo.
Pero la alegría es como una flor invernal, muere rápidamente. La misma tarde un mensajero entró corriendo en la sala de audiencias:
- ¡Oh mandarín, enfermedades, penas, terremotos, plagas de langostas y pozos de agua envenenada!
El mandarín se estremeció.
La ciudad de Kwan -dijo el mensajero-, si tenia forma de cerdo y que hicimos retroceder transformando nuestras murallas en un poderoso garrote, ha cambiado nuestro triunfo en cenizas. ¡Han construido las murallas de la ciudad como una gran hoguera para quemar nuestro garrote!
El corazón del mandarín se encogió como un fruto otoñal en un viejo árbol.
- ¡Oh dioses! Los viajeros nos despreciarán, los comerciantes, al leer los símbolos, darán la espalda al garrote, destruido tan fácilmente, e irán hacia el fuego, que todo lo conquista.
- No -dijo un suspiro como un copo de nieve detrás de la cortina de seda-.
- No -dijo el sorprendido mandarín-.
- Dile a los constructores -dijo el susurro que era como una gota de lluvia- que den a nuestras murallas la forma de un lago brillante.
El mandarín lo dijo en voz alta para gran alivio de su corazón.
- Y con ese lago -dijeron el susurro y el viejo- ¡Apagaremos el fuego para siempre!
La alegría ilumino a la ciudad que había sido salvada otra vez por el magnífico Emperador de las Ideas. Corrieron a las murallas y las transformaron otra vez, cantando, no tan alto como antes, por supuesto, pues estaban cansados, y no tan rápidamente, pues como habían tardado un mes en modificar la muralla anterior, habían tenido que abandonar los negocios y las cosechas y estaban un poco mas débiles y eran un poco más pobres.
Desde entonces los días se sucedieron horribles y maravillosos, encerrándose unos en otros como un nido de terribles cajas.
- Oh, emperador -gritó entonces el mensajero- ¡Kwan-Si ha cambiado sus murallas, y son ahora una boca que se beberá nuestro lago!
- Entonces -dijo el Emperador de pie, muy cerca de la cortina de seda-, ¡que se transformen nuestros muros en una aguja que coserá esa boca!
- ¡Emperador! -dijo el mensajero- ¡Transformaron sus murallas en una espada para quebrar nuestra aguja!
El emperador se mantenía en pie agarrándose desesperadamente a la cortina de seda.
- ¡Entonces cambiar las piedras, que se transformen en una vaina para guardar la espada!
- ¡Misericordia! -lloró el mensajero a la mañana siguiente- Trabajaron toda la noche y transformaron la muralla en un rayo que destruirá la vaina.
La enfermedad se extendió por la ciudad como una jauría de perros salvajes. Las tiendas se cerraron. La población, que había trabajado durante meses interminables cambiando las murallas, se parecía a la muerte misma, entrechocando los blancos huesos como instrumentos musicales en el viento. Empezaron a aparecer funerales en las calles, aunque era pleno verano, y tiempo de cosechar y recoger. El mandarín calló tan enfermo que tuvo que instalar la cama junto a la cortina de seda, y allí estaba, impartiendo miserablemente sus ordenes arquitectónicas. La voz de detrás de la cortina era débil también ahora, y lánguida, como el viento en los aleros.
- Kwan-Si es un águila. Nuestras murallas serán un nido para esa águila. Kwan-Si es un sol que quemará el nido. Construyan una luna para eclipsar el sol.
Como una máquina enmohecida la ciudad empezó a detenerse.
Al fin el susurro tras la cortina rogó:
- En nombre de los dioses.¡Llamar a Kwan-Si!
El último día de verano cuatro hombres hambrientos llevaron al mandarín Kwan-Si, pálido y enfermo, a nuestra ciudad. Otros hombres sostuvieron a los dos mandarines, que se miraron débilmente. Sus alientos aleteaban en sus bocas como vientos invernales. Una voz dijo:
- Terminemos esto.
El viejo asintió.
- Esto no puede seguir -dijo la débil voz-. Nuestra gente no hace otra cosa que cambiar la forma de nuestras ciudades todos los días, todas las horas. No les queda tiempo para cazar, pescar, amar, reverenciar a sus antepasados y los hijos de sus antepasados.
- Así es -dijeron los mandarines de las ciudades de la Jaula, la Luna, la Lanza, el Fuego, la Espada y esto, aquello, y otras cosas.
- Llevadnos a la luz del sol -dijo la voz-.
Transportaron a los viejos bajo el sol y sobre una pequeña loma. Unos pocos niños flacos remontaban cometas en la brisa de los últimos días de verano, cometas del color del sol, las ranas y las hierbas, el color del mar y el color de las monedas y el trigo.
La hija del primer mandarín estaba junto a la cama de su padre.
-Mirad -dijo-.
- No hay más que cometas -dijeron los dos viejos-.
- Pero que es una cometa en el suelo -dijo ella-, nada. ¿Qué necesita para sostenerse y ser hermosa y verdaderamente espiritual?
- ¡El viento, por supuesto! -dijeron los otros-.
- ¿Y que necesitan el cielo y el viento para ser hermosos?
- Una cometa, por supuesto..., muchas cometas para quebrar la monotonía, la uniformidad del cielo.¡Cometas de colores, que vuelen!.
- Sí -dijo la hija del mandarín-. Tú, Kwan-Si, cambiarás por última vez tu ciudad para que parezca nada más ni menos que el viento. Y nosotros tomaremos la forma de una cometa dorada. El viento hará hermosa a la cometa y la llevará a maravillosas alturas. Y la cometa quebrará la uniformidad de la existencia del viento y le dará sentido. Uno no es nada sin el otro. Juntos todo es cooperación y una larga y prolongada vida.
Los dos mandarines se sintieron tan contentos que comieron por primera vez después de muchos días. Recobraron las fuerzas, se abrazaron y se elogiaron uno a otro, llamando a la hija del mandarín un muchacho, un hombre, una columna de piedra, un guerrero y un verdadero e inolvidable hijo. Casi inmediatamente se separaron a sus ciudades llamando y cantando, débiles pero felices.
Pasó el tiempo y las ciudades se llamaron Ciudad de la Cometa Dorada y la Ciudad del Viento Plateado. Y se cosecharon las cosechas y se atendieron otra vez los negocios, y todos engordaron, y la enfermedad huyó como un jacal asustado. Y todas las noches del año, los habitantes de la Ciudad de la Cometa podían oír el buen viento que los mantenía en el aire. Y los de la Ciudad del Viento podían oír como la cometa cantaba, susurraba, se elevaba y los embellecía.
Así sea. -dijo el mandarín junto a la cortina de seda-.
lunes, 9 de agosto de 2010
Duerme, niño
Duerme, niño pequeño,
duerme tranquilo en la cuna,
que a tu cabeza está el sol
y a tus pies está la luna.
Duérmete, niño chico,
que viene el coco
y se lleva a los niños
que duermen poco.
Duérmete, niño pequeño,
mira que viene la loba,
buscando de casa en casa
dónde está el niño que llora.
Duérmete, niño chico,
duérmete y calla,
no le des a tu madre
tanta batalla.
Ven, sueño, ven
por aquel caminito.
Ven, sueño, ven
a dormir a mi angelito.
Duérmete, niño, en los brazos
y dormirás con descanso;
duérmete, niño, en la cuna
y dormirás con fortuna.
Duérmete, niño pequeño,
que hay en el cielo una estrella
que ha de velar por tu sueño,
entre todas la más bella.
-Autor anónimo-
duerme tranquilo en la cuna,
que a tu cabeza está el sol
y a tus pies está la luna.
Duérmete, niño chico,
que viene el coco
y se lleva a los niños
que duermen poco.
Duérmete, niño pequeño,
mira que viene la loba,
buscando de casa en casa
dónde está el niño que llora.
Duérmete, niño chico,
duérmete y calla,
no le des a tu madre
tanta batalla.
Ven, sueño, ven
por aquel caminito.
Ven, sueño, ven
a dormir a mi angelito.
Duérmete, niño, en los brazos
y dormirás con descanso;
duérmete, niño, en la cuna
y dormirás con fortuna.
Duérmete, niño pequeño,
que hay en el cielo una estrella
que ha de velar por tu sueño,
entre todas la más bella.
-Autor anónimo-
martes, 27 de julio de 2010
Cuento a la hora de peinarse
La princesa y la bruja
Había una vez una princesa con un cabello largo, muy largo. Tan largo era que todas las noches una bruja se lo peinaba despacito durante mucho rato y le hacia una trenza para que pudiera dormir sin enredarse.
Un día la bruja se aburrió de peinar a la princesa y planeó una maldad. Como siempre peinó el largo pelo y lo trenzó bien fuerte. Esperó a que la princesita se durmiera y en puntas de pie se acercó a la cama con una enorme tijera de plata, cortando la pesada y larga trenza. Luego la escondió, felíz de no tener que peinar más ese pelo.
Pero sucedió que a la mañana siguiente la reina fue a darle el beso de buen día a su hijita y vio la maldad de la bruja. Furiosa hizo que trajeran a la malvada a su presencia, ordenándole que devolviera la trenza a su lugar y sin que quede rastro de haberla cortado. La bruja mala se negó y todos buscaron el tesoro por todo el reino sin hallarlo. Cuando ya cansados de buscar, los mas sabios se pusieron a pensar, encontraron la trenza en un arcón antiguo en la habitación de la vieja bruja.
El castigo fue ejemplar: tendría que peinar, cada noche y cada mañana, el largo, largo cabello de la princesa durante el resto de su vida. Y sin usar la magia.
Cuentos pequeñitos, inédito (1994)Susana Siveau
Había una vez una princesa con un cabello largo, muy largo. Tan largo era que todas las noches una bruja se lo peinaba despacito durante mucho rato y le hacia una trenza para que pudiera dormir sin enredarse.
Un día la bruja se aburrió de peinar a la princesa y planeó una maldad. Como siempre peinó el largo pelo y lo trenzó bien fuerte. Esperó a que la princesita se durmiera y en puntas de pie se acercó a la cama con una enorme tijera de plata, cortando la pesada y larga trenza. Luego la escondió, felíz de no tener que peinar más ese pelo.
Pero sucedió que a la mañana siguiente la reina fue a darle el beso de buen día a su hijita y vio la maldad de la bruja. Furiosa hizo que trajeran a la malvada a su presencia, ordenándole que devolviera la trenza a su lugar y sin que quede rastro de haberla cortado. La bruja mala se negó y todos buscaron el tesoro por todo el reino sin hallarlo. Cuando ya cansados de buscar, los mas sabios se pusieron a pensar, encontraron la trenza en un arcón antiguo en la habitación de la vieja bruja.
El castigo fue ejemplar: tendría que peinar, cada noche y cada mañana, el largo, largo cabello de la princesa durante el resto de su vida. Y sin usar la magia.
Cuentos pequeñitos, inédito (1994)Susana Siveau
viernes, 2 de julio de 2010
Pequeños escritores
Hola!
Animaté a mandar tu cuento o poema y si querés y tenés ganas envía un dibujo o tu foto. De esta manera participas. También cual es tu libro preferido y tu colegio.
te espero pronto!
La Biblioteca Alejo Iglesias convoca al VIII Concurso de Cuentos Cortos y Poesía. Pedir las bases en la sede de la biblioteca calle 6 Nº 1089 Villa Elisa o por correo eléctronico biblio_aiglesias@yahoo.com.ar
Animaté a mandar tu cuento o poema y si querés y tenés ganas envía un dibujo o tu foto. De esta manera participas. También cual es tu libro preferido y tu colegio.
te espero pronto!
La Biblioteca Alejo Iglesias convoca al VIII Concurso de Cuentos Cortos y Poesía. Pedir las bases en la sede de la biblioteca calle 6 Nº 1089 Villa Elisa o por correo eléctronico biblio_aiglesias@yahoo.com.ar
lunes, 7 de junio de 2010
Canción del Jardinero, María Elena Walsh
Mirenme, soy felíz
entre las hojas que cantan
cuando atraviesa el jardín
el viento en monopatín.
Cuando voy a dormir
cierro los ojos y sueño
con el olor de un país
florecido para mí.
Yo no soy un bailarín
porque me gusta quedarme
quieto en la tierra y sentir
que mis pies tiene raíz.
Una vez estudié
en un librito de yuyo
cosas que sólo yo sé
y que nunca olvidaré.
Aprendí que una nuez
es arrugada y viejita
pero que puede ofrecer
mucha, mucha, mucha miel.
Del jardín soy duende fiel;
cuando una flor está triste
la pinto con un pincel
y le pongo el cascabel.
Soy guardián y doctor
de una pandilla de flores
que juegan al dominó
y después les da la tos.
Por aquí anda dios
con regadera de lluvia
o disfrazado de sol
asomando a su balcón.
Yo no soy un gran señor,
pero en mi cielo de tierra
cuido el tesoro mejor:
mucho, mucho, mucho amor
--del Libro "El reino del revés" de María Elena Walsh--
entre las hojas que cantan
cuando atraviesa el jardín
el viento en monopatín.
Cuando voy a dormir
cierro los ojos y sueño
con el olor de un país
florecido para mí.
Yo no soy un bailarín
porque me gusta quedarme
quieto en la tierra y sentir
que mis pies tiene raíz.
Una vez estudié
en un librito de yuyo
cosas que sólo yo sé
y que nunca olvidaré.
Aprendí que una nuez
es arrugada y viejita
pero que puede ofrecer
mucha, mucha, mucha miel.
Del jardín soy duende fiel;
cuando una flor está triste
la pinto con un pincel
y le pongo el cascabel.
Soy guardián y doctor
de una pandilla de flores
que juegan al dominó
y después les da la tos.
Por aquí anda dios
con regadera de lluvia
o disfrazado de sol
asomando a su balcón.
Yo no soy un gran señor,
pero en mi cielo de tierra
cuido el tesoro mejor:
mucho, mucho, mucho amor
--del Libro "El reino del revés" de María Elena Walsh--
jueves, 6 de mayo de 2010
Delantales blancos
Delantales blancos
y sonrisas nuevas,
es día y es hora
de ir a la escuela.
Tomense las manos,
caminemos juntos
y que el último tramo
se tarde en pasar:
hoy será la escuela
mañana otro hogar.
y sonrisas nuevas,
es día y es hora
de ir a la escuela.
Tomense las manos,
caminemos juntos
y que el último tramo
se tarde en pasar:
hoy será la escuela
mañana otro hogar.
jueves, 29 de abril de 2010
La higuera, Juana de Ibarbourou
Porque es aspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos:
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos,
de apretados capullos se visten...
Por eso,
cada vez que yo paso a su lado
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
"Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto".
Si ella escucha,
si comprende el idioma que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!
Y tal vez a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
"Hoy a mí me dijieron hermosa".
--Juana Fernández Morales, conocida popularmente como Juana de Ibarbourou (Melo, 8 de marzo de 1892 - Montevideo, 15 de julio de 1979), fue una poetisa uruguaya.--
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos:
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos,
de apretados capullos se visten...
Por eso,
cada vez que yo paso a su lado
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
"Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto".
Si ella escucha,
si comprende el idioma que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!
Y tal vez a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
"Hoy a mí me dijieron hermosa".
--Juana Fernández Morales, conocida popularmente como Juana de Ibarbourou (Melo, 8 de marzo de 1892 - Montevideo, 15 de julio de 1979), fue una poetisa uruguaya.--
domingo, 18 de abril de 2010
Amistad, de Juan Ramón Jiménez
Nos entendemos bien. Yo lo dejo ir a su antojo, y él me lleva siempre a donde quiero.
Sabe Platero que, al llegar al pino de la Corona, me gusta acercarme a su tronco y acariciárselo, y mirar el cielo al través de su enorme y clara copa; sabe que me deleita la veredilla que va, entre céspedes, a la Fuente vieja; que es para mí una fiesta ver el río desde la colina de los pinos, evocadora, con su bosquecillo alto, de parajes clásicos. Como me adormile, seguro, sobre él, mi despertar se abre siempre a uno de tales amables espectáculos.
Yo trato a Platero cual si fuese un niño. Si el camino se torna fragoso, y le pesa un poco, me bajo para aliviarlo. Lo beso, lo engaño, lo hago rabiar... Él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, tan diferente a los demás, que he llegado a creer que sueña mis propios sueños.
Platero se me ha rendido como una adolescente apasionada. De nada protesta. Sé que soy su felicidad. Hasta huye de los burros y de los hombres...
--Juan Ramón Jiménez, Platero y yo, Centro Editor de Cultura, 2006-
Sabe Platero que, al llegar al pino de la Corona, me gusta acercarme a su tronco y acariciárselo, y mirar el cielo al través de su enorme y clara copa; sabe que me deleita la veredilla que va, entre céspedes, a la Fuente vieja; que es para mí una fiesta ver el río desde la colina de los pinos, evocadora, con su bosquecillo alto, de parajes clásicos. Como me adormile, seguro, sobre él, mi despertar se abre siempre a uno de tales amables espectáculos.
Yo trato a Platero cual si fuese un niño. Si el camino se torna fragoso, y le pesa un poco, me bajo para aliviarlo. Lo beso, lo engaño, lo hago rabiar... Él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, tan diferente a los demás, que he llegado a creer que sueña mis propios sueños.
Platero se me ha rendido como una adolescente apasionada. De nada protesta. Sé que soy su felicidad. Hasta huye de los burros y de los hombres...
--Juan Ramón Jiménez, Platero y yo, Centro Editor de Cultura, 2006-
jueves, 25 de febrero de 2010
Puentes, Elsa Isabel Bornemann
Yo dibujo puentes
para que me encuentres:
Un puente de tela,
con mis acuarelas...
Un puente colgante,
con tiza brillante...
Puentes de madera,
con lápiz de cera...
Puentes lavadizos,
plateados, cobrizos..
Puentes irrompibles,
de piedra, invisibles...
Y tú...¡Quién creyera!
¡No los ves siquiera!
Hago cien, diez, uno...
¡No cruzas ninguno!
--Extraído de una edición especial de literatura infantil de la revista La Maga, 1997--
para que me encuentres:
Un puente de tela,
con mis acuarelas...
Un puente colgante,
con tiza brillante...
Puentes de madera,
con lápiz de cera...
Puentes lavadizos,
plateados, cobrizos..
Puentes irrompibles,
de piedra, invisibles...
Y tú...¡Quién creyera!
¡No los ves siquiera!
Hago cien, diez, uno...
¡No cruzas ninguno!
--Extraído de una edición especial de literatura infantil de la revista La Maga, 1997--
viernes, 29 de enero de 2010
Suspiro
Pajarito de agua
voló por mi cielo,
llevaba una espiga
de brisa su vuelo.
Llevaba una brizna
de orillas de río,
un ala de soles
y un ala de frío.
Pajarito de agua
juntó para el nido
verdores de un sauce
que estaba dormido.
Y busco alojarse
dentro de un laurel
de hoja transparente
claro como él.
Pájaro de agua,
suspiro de vuelo,
si cierro los ojos
estoy en su cielo.
María Cristina Ramos
Corazón de grillo- Editorial Ruedamares-
Prueba hacer clik en el título
voló por mi cielo,
llevaba una espiga
de brisa su vuelo.
Llevaba una brizna
de orillas de río,
un ala de soles
y un ala de frío.
Pajarito de agua
juntó para el nido
verdores de un sauce
que estaba dormido.
Y busco alojarse
dentro de un laurel
de hoja transparente
claro como él.
Pájaro de agua,
suspiro de vuelo,
si cierro los ojos
estoy en su cielo.
María Cristina Ramos
Corazón de grillo- Editorial Ruedamares-
Prueba hacer clik en el título
Etiquetas:
abrete sesamo,
María Cristina Ramos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)