En el bosque no había espejos, por eso cada mañana la niña iba a peinarse al lago. Movía con sus manos el musgo redondo y verde de la orilla y se pasaba los dedos por su largo pelo negro. La imagen aparecía borrosa y movida, pero ella creía conocerse de memoria y apenas si se fijaba en los detalles.
La niña temblorosa del agua la volvía timida.
¿Cómo me verán los demás? Y buscaba los ojos de las ardillas, de los pumas, de los coloridos papagayos (todos la visitaban por que se hacía querer mucho), pero en esos ojos aparecía sólo un pedacito oscuro de su imagen.
La niña pensaba " Todo fuera de mí puedo conocerlo: el árbol con su tronco rugoso y sus hojas que el viento mueve; también a mis queridos amiguitos; y aún puedo ver y describir la luna alta y lejana en el cielo de la noche, pero a mí misma no puedo verme como soy. El agua y la pupila me mienten.
En eso pensaba la niña cuando llegó Pacha Mama, la boca y los ojos de la tierra. Pacha Mama si que conocía cada rasgo y cada gesto de cada criatura que vivía bajo el sol porque amaba a cada uno de sus hijos y les había dado el soplo de la vida.
Agustina, le dijo y se le puso enfrente, tú eres como yo, así te hice. Ninguna otra criatura del bosque puede parecerse a mí, sólo tú con tu vida que piensa y siente, temblando apenas en tu frágil cuerpo. Mirame, ¿qué ves? Aquí estamos las dos frente a frente. Así todos te ven.
Y la niña, por primera vez desde que nació, se vió en ese espejo, y se sintió en paz con la imagen que le mostraban. Se dió cuenta que era quién tenía que ser: la niña que Mamá amaba.
Susana Siveau (2001)
Cuentos pequeñitos